El retrato de Nana

Siempre he pensado que Nana es una persona bastante expresiva, un libro abierto bastante previsible y fácil de leer . Jamás le ha gustado esa cualidad de sí misma, si puede llamarse así... Le hace sentir indefensa.
La gente es capaz de averiguar qué le pasa en ese momento por la cabeza y, en ocasiones, resulta un tanto problemático.

Aunque, por alguna razón, hay ciertas cosas que no deja ver a los demás...

Siempre he pensado que Nana, por lo general, es una persona pacífica, posiblemente nerviosa e intranquila que no puede parar quieta un segundo pero que ni quiere ni busca pelea. Una persona que procura agradar a los demás sin intentar ser pelota ni tan indiferente que huye de las trifulcas por cobarde.

Pero, ¿por qué a pesar de ser así de expresiva no se le permite cambiar su eterna conducta de niña buena? ¿Por qué? Jamás he conocido la razón de por qué a Nana NO PUEDE CAMBIAR.

Solo la he visto llorar tres veces contadas desde que la conozco, muchas, a decir verdad si la comparamos con otro tipo de personas en las que el mero acto de derramar una lágrima es un sacrificio. Pero estoy segura de que ella llora cuando está sola.
Pero, ¿es que acaso ella no tiene el derecho de enfadarse? ¿De gritar a los cuatro vientos? ¿De estresarse y no prestar atención? No, Nana no puede cambiar... Nana es Nana y nada más...

Nana no es radiante como aquellas bellezas de revista, hay que reconocerlo, Nana es del montón pero quizás vale más el corazón de Nana que una cara bonita.  
Nana es Nana. La que abre los ojos de par en par y sonríe abiertamente. Nana es Nana y nada más...
La que baila en la habitación canciones de los 90. La que siempre está ocupada y saca un rato para escribir. La que utiliza la silla del escritorio como armario. La que lleva un gorro rojo de lana. La que odia la fruta. La de los nudos en la garganta por eso...

Nana es Nana y nada más...